ciencia , Spoilers Miércoles, 12 marzo 2014

Cosmos: un viaje personal

Todo era distinto entonces. En ésa época todos los niños queríamos ser astronautas. A pesar del Challenger, no era tan descabellado. La Guerra Fría alimentaba la carrera espacial. Era una posibilidad. O eso queríamos creer.

La Guerra Fría alimentaba también otra carrera: la nuclear. El Cosmos (subtitulado Un Viaje Personal) de Carl Sagan fue un producto de esos tiempos, de esa contradicción. Cifraba sus esperanzas en una carrera y combatía abiertamente la otra. En el camino, alimentaba nuestros sueños.

Todo era distinto entonces. Los niños que queríamos ser astronautas veíamos, fascinados, Cosmos en Canal 5. No podíamos hacer mucho más. Los periódicos y las revistas eran nuestra Internet. A los 8 años la mayor parte del periódico te aburre pero la columna de El Mirador, el crítico de televisión de El Comercio, tiene el dibujito de unos ojos misteriosos y eso llamaba la atención. Además, escribe en sencillo, muy sencillo, sobre cosas más o menos familiares: lo que salía en la tele. Por si fuera poco, publica las cartas de los lectores, que eran reducidas a un párrafo. El Mirador las contestaba en dos líneas. Un niño de 8 años con sólo cuatro canales de televisión a su disposición podía, de vez en cuando, entretenerse ojeando, aunque sea de puro aburrido, esa parte del periódico.

Un día se publicó la carta de un lector que observaba o se quejaba de un detalle en el doblaje de Cosmos. A estas alturas, era uno de los programas más repetidos de esa inconcebible época de la televisión. Obligados por el gobierno de García, los canales tenían una horrenda «Franja Cultural», que debe haber desgraciado para siempre la palabra «cultura» en el Perú. De lunes a viernes a las 4 de la tarde, todos los canales, en cadena, pasaban enlatados, cada cual más aburrido que el otro. En medio de ellos, Cosmos, con la poética narración de Sagan, sus imágenes trepidantes y la música de Vangelis, fulguraba como una supernova.

Y lo repetían y lo repetían.

A inicios de 1988, un niño de 8 años ya  podría haber visto la serie completa tres o cuatro veces. Pero de pronto aparece en El Mirador la carta de ese lector acucioso. Había notado una discrepancia en el doblaje de Cosmos con lo que decía –¿esto es en serio?– el libro de Carl Sagan basado en el serie. ¿Hay un libro de Cosmos? Recuerden que estamos a mitad del gobierno de Alan y si un niño de 8 años le pide a su mamá que ubique un libro vagamente mencionado en una línea de una carta de un lector al periódico… era casi como pedirle dólares o azúcar blanca o pan de yema (¿se acuerdan?).

En una época sin celulares ni cable ni Internet ni importaciones ni librerías ni futuro, ¿cómo encontrar el libro vagamente mencionado en una línea de una carta de un lector al periódico? La mamá tendría que buscar en las páginas blancas el número del periódico, ir a la casa de la abuela que tiene teléfono, llamar al diario, preguntar por El Mirador, esperar a que responda, intentar quién sabe cuántas veces o quizás achuntarla a la primera, explicar que tiene un niño raro en casa, preguntar si todavía conservan los datos del remitente a ver si él puede decirle dónde conseguir el dichoso libro vagamente mencionado, si es que existe.

Por suerte, o quizás así era la costumbre entonces, El Mirador tiene los datos del remitente y se los juega a la mamá. La mamá, entonces, escribe una carta –a mano, ya saben, papel– explicando la situación con el niño y preguntando dónde demonios conseguir el libro vagamente mencionado. Manda la carta. Pasan los días, las semanas, ¿meses? Todo era posible con el servicio de correos de entonces. Hasta que llega la respuesta. Resulta que el lector era un señor amable. La carta, ahora parece tan raro, también estaba escrita a mano. Buenas noticias: su niño lee el periódico, felicitaciones, señora. Malas noticias: lo compré en el extranjero. No tan malas noticias: creo que lo he visto en una librería que se llama Studium que queda en el lejano distrito de Miraflores, eso es como media hora en micro.

Parece que la mamá de todas formas va hasta Studium y, efectivamente, allí queda un ejemplar del libro, un sobreviviente. El libro es un lujo para la época, una edición impecable, una calidad superior, increíbles ilustraciones a todo color y absolutamente fuera del alcance del sueldo de una secretaria. Y, seguramente, dentro de una semana costará el doble. Ya saben: la inflación. Nunca sabremos si la mamá regresa a Jesús María descorazonada porque es demasiado orgullosa como para recurrir al papá o si en el trayecto se le ocurre la idea salvadora: convencer a un tío del niño que se lo compre como regalo en su noveno cumpleaños.

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La cosa es que no sólo Neil deGrasse Tyson tiene una historia con Carl Sagan.