Spoilers Lunes, 18 mayo 2015

Vamos a discutir aquí ese capítulo (y esa imagen y ese spot) final de MAD MEN

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Este es el momento en el que pensaste, durante un segundo, que todos en Mad Men se habían vuelto locos de verdad. ¿De verdad iba a terminar así? ¿Don Draper Dick Whitman se encuentra a sí mismo en una comuna hippie? ¿Finalmente alcanzó la felicidad? Pero no. Simplemente pensó su próxima gran idea. La trascendental. La que se convertiría en su legado.

Y eso lo hizo feliz.

 

¿Qué pasó después de la sonrisa?

Menos de 24 horas después de emitido el final de una de las más grandes series de estos tiempos, queda ya muy poca controversia alrededor del final. El consenso de lo que sucedió luego de la sonrisa es el siguiente: Don Draper volvió a McCann Erickson y, a partir de su experiencia creó uno de los comerciales más memorables del siglo XX (tan exitoso que los católicos peruanos de los 70 y 80 recordarán su melodía en algunas misas).

El creador de Mad Men, Matthew Weiner, fue uno de los artífices de los Soprano, una serie con un final ambiguo que resultó insatisfactorio para muchos. Esta vez, evidentemente, no se iba a repetir. Iba a ser un final sutil, claro, pero tampoco podía ser realmente abierto.

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«Have a Coke». Imagen del penúltimo capítulo. No muy sutil, la verdad.

En s07e10, un episodio apropiadamente titulado The Forecast, ocurre este breve intercambio entre Draper y su protegida, la que, en cierta forma, es la otra gran protagonista, la otra cara de la moneda de Mad Men: Peggy.

Él le pregunta cuáles son sus metas más ambiciosas, su mayor sueño. Ella responde que tener una “gran idea”, crear una catchphrase. A él eso no le impresiona y trata de jalarle la lengua un poco más. Finalmente ella acepta que quiere “create something of lasting value.” Don la mira con su mezcla patentada de desprecio, cachita y elegancia, y dispara: “In advertising?”

Pero, al final, precisamente eso es lo que consigue Don. Ese es el final de su viaje. La última temporada se dedica a desarmar, pieza por pieza, su persona de Don Draper, dejando atrás su trabajo, sus hijos, sus mujeres, su carro, su nombre, todo, hasta que no queda casi nada, solo el tipo balbuceante que llama por teléfono a –esto no es casualidad– Peggy. Y ella, asumiendo el rol de la madre que Dick Whitman nunca tuvo, le pide que vuelva a casa (recuerden que en el primer episodio Joan le dice a Peggy que la mayoría de hombres quieren que sus secretarias sean como sus madres).

Y entonces esa persona, se topa con Leonard, el tipo que está dentro de un refrigerador, abandonado, solo, como una gaseosa sin gas, mientras el tono ocurre allá afuera. Como el niño Dick Whitman en la casa de putas donde se crió.

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Sólo después de eso, Don/Dick puede ser el new you” del que habla el gurú y puede tener, finalmente esa “new idea” (otra frase del gurú) que le permitirá darse cuenta que el sueño de Peggy –siempre su otra moneda– era lo que buscaba: crear algo de valor perdurable; y sí, hacerlo en publicidad. Darse cuenta que su legado era la publicidad.

Las experiencias de los últimos capítulos le sirven para entender que, en realidad, no era tan diferente del resto. Todos estamos solos, todos buscamos trascendencia, felicidad y, especialmente, sentirnos unidos a los otros. Conectados. Complementados uno con el otro. Esto es, en realidad, lo que los hippies estuvieron diciéndole todo el rato durante los 60. Esa era la lección. Finalmente, Don Draper lo entendió todo y ganó: convirtió una contracultura en un aviso de gaseosas.

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¿Y esto qué significa?

Todos los que decían que el final de Mad Men era contínuamente spoileado en su secuencia de créditos inicial, tenían razón: Don Draper cae, y cae, rodeado por imágenes de sensualidad que él mismo ha construido.

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Pero, como dicen en A.V. Club, en esos análisis siempre olvidábamos dos cosas muy importantes. La primera es que la caída no llevaba a la desintegración de Draper. No, la secuencia terminaba con un hombre sentado, atento, mirando la situación desde una nueva, más calmada, perspectiva.

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La segunda cosa que todos olvidaban es que esta caída era representada una y otra vez en cada capítulo. Es un loop perpetuo. Es lo que siempre pasa. Fíjense cómo todos en este capítulo toman la ausencia de Draper: Roger dice ah, sí, él desaparece pero siempre hace eso. Peggy le asegura que McCann lo volverá a aceptar. Todos esperan que vuelva, como las otras veces. Es normal. Pronto aparecerá allí sentado, con una idea genial.

Es decir, nada realmente ha cambiado.

Y creo que ese podría ser uno de los puntos centrales del final, y de la serie. ¿Cuánto hemos cambiado realmente desde esa época? ¿Cuánto, en serio, se puede cambiar? Todas las escenas finales de los protagonistas son, a primera vista, finales felices (salvo la pobre, pobre Betty). Pero también son interpretables así, como un testimonio de la inmutabilidad:

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Peggy finalmente encuentra el amor pero opta por quedarse en McCann en vez de convertirse en socia de Joan. En su última toma, la vemos tecleando sobre una máquina de escribir. Nunca vemos si ella consigue crear algo permanente. Draper es, finalmente, el que lo hace. Pete Campbell le dice que, quizás para 1980 ella pueda ser directora creativa.

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Pete, finalmente, se da cuenta que no solo no puede ser Don Draper, sino que no quiere serlo. Se va de la gran ciudad, vuelve con su familia y sube al primero de varios aviones que su chamba le obligará a tomar. En cierta forma, ha decidido que no quiere ser Don, sino su papá. Pero ya vimos cómo terminó la historia de su papá y los aviones, ¿no?

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Joan asegura la educación de su hijo pero se queda en el pequeño departamento del que se estuvo riendo su sugar daddy antes de que la dejara. Perdió bastante del dinero de las acciones que había ganado sacrificando su dignidad.  Como no convenció a Peggy y quería su empresa «con dos apellidos», tuvo que usar los suyos: Holloway Harris.

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Roger asume con dignidad su rol patriarcal, sus años, lo inevitable. Pero es el que menos ha cambiado. Seguirá siendo el mismo, siempre, hasta el final.

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Y, finalmente, Sally Draper, convertida en su madre, lavando los platos, en su toma final. La chica que iba a encarnar el espíritu de los 70 y se estaba yendo a Madrid, es cacheteada con una dosis de realidad y responsabilidad y tiene que asumir el rol de «la mujer de la casa» que sus hermanos necesitan (que es lo que le dice Betty a Don en su última conversación).

Quizás lo que nos está diciendo Mad Men es cómo la contracultura de los 60 fracasó. Que, finalmente, el espíritu conservador es lo que se impuso. Que supo ser lo suficientemente maleable como para adoptar sus usos y sus costumbres pero que, en el fondo, todo siguió igual. El machismo y el racismo sesenteros que muestra Mad Men nos parecen exagerados por momentos pero, ¿son tan distintos de lo que ocurre hoy? (Sólo para hablar de EE. UU., porque a veces parecían calcos de lo que pasa el Perú actual)

Y Draper representa esa sociedad que ha perdurado: el hombre blanco con plata que te dice qué debes pensar y qué debes sentir. Que es cuestionado constantemente y que es cuestionable permanentemente pero que sabe subsistir. La doble moral de Draper es la doble moral de su sociedad conservadora. Al final, Don Draper nunca abandona su look impecablemente 50s ni siquiera en la toma final (noten la camisa). La historia de Mad Men es la historia de cómo el establishment gringo/ occidental/ capitalista/conservador sobrevivió a todo. Pero, ojo, no lo cuenta, en absoluto, desde una perspectiva negativa, sino de una forma empática. No podía ser de otra forma. Después de todo, ese sistema es el que nos han enseñado a sentir. Gracias a Don Draper, nosotros sabemos sonreír, cantar y tomar una Coca-Cola, tomados todos de la mano, pensando que somos felices. En perfecta armonía. It’s the real thing.