periodismo , Spoilers Jueves, 18 diciembre 2014

No voy a extrañar la serie de The Newsroom

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Se me hace difícil escribir de The Newsroom, por muchos motivos. El primero, porque soy periodista y estoy seguro que van a leer entrelíneas la forma cómo juzgue las acciones de mis colegas de la ficción (y, además, tendrán razón en hacerlo). Lo que me lleva a otro motivo: no estoy seguro cómo ven esta serie las personas que no son periodistas (a mí me desesperaba oscilar entre la veracidad casi milimétrica de ciertas situaciones profesionales y la inverosimilitud casi absoluta de, a veces, todo el puto capítulo). Y esto está relacionado al motivo final: por dios que esta serie era esquizofrénica, ¿eh? Podía pasar de momentos política, retórica y filosóficamente brillantes a insoportables montajes huachafísimos con Coldplay de fondo.

Pero necesito sacarme The Newsroom –y su episodio final– del sistema. Así que aquí vamos. Quizás deberíamos empezar por la expectativa que generó la serie. Miren su trailer inicial y alucinen lo diferente que se marketeaba entonces:

Para los que habíamos visto The West Wing a salto de mata (en aquellas épocas salvajes en las que seguir una serie implicaba el esfuerzo sobrehumano de acordarse qué día y a qué hora de la próxima semana darían el siguiente capítulo) este anuncio nos caía del cielo. Por fin la oportunidad de seguir, a la firme, una serie de Aaron Sorkin.

El pata acababa de ganar el Oscar por su espectacular guión de The Social Network, en el que puso a Mark Zuckerberg a ametrallar sorkinismos (esos diálogos ingeniosos, rapidísimos y llenos de referencias caletas). Venía en racha y, por cierto, la premisa no podía ser más prometedora: ¿Qué pasa cuando resulta que un Martínez Morosini (disculparán la vejez de la referencia) no solo tiene una posición ante lo que reporta, sino ante el calamitoso estado del periodismo? Pasa esto: 3 minutos de gloriosos sorkinismos:

A partir de este exabrupto, se decide relanzar News Night –el noticiero de las 10 de la ficticia cadena televisiva ACN– que conduce Will McAvoy, el personaje encarnado por Jeff Daniels (ganador de un Emmy que se caía de maduro gracias a esa escena inicial). Poco a poco empezamos a conocer al resto del equipo, en un desesperado intento por que nos interesen sus vidas privadas (sorry, no). Con el paso de los episodios y las temporadas nos daríamos cuenta que estos minutos iniciales fueron, probablemente, el punto más alto de la serie.

Y es que en realidad, The Newsroom no era exactamente una serie. Era una columna de opinión escenificada. Semana a semana, lo que a mí me enganchaba era un gimmick que enfureció a buena parte de la crítica norteamericana, un ejercicio más periodístico que narrativo: que la serie cubriera noticias que ocurrieron «realmente» y nos mostrara cómo debieron haberse cubierto.

Eso era lo realmente atractivo. En verdad, los personajes eran lo de menos (salvo Sloan y Skinner, claro).

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Sloan <3. Nerd, guapa, conflictuada, afanosa, insegura, canchera, menospreciada.

El equipo de News Night se esforzaba, en cada capítulo, en darnos una lección de cómo podría haber mejorado el mundo con una mejor prensa. Ese idealismo radical de los guiones era atractivo, sí, pero también corría el riesgo de convertirse en monótono o predecible. Y, francamente, a veces se sentía que Sorkin nos estaba regañando a todos desde su pedestal. Y por «todos» no me refiero ni exclusiva ni principalmente a los periodistas, sino a la audiencia.

Es francamente sintomático cómo Neal Sampat, «el patita de la web» (interpretado por Dev Patel, de Slumdog Millonaire) es tratado, al inicio, como un babosito que cree en Pie Grande. Neal  –al menos en la primera temporada– representa a la Internet que, a su vez, representa la voz de la audiencia idiotizada que quiere responderle a los periodistas en vez de callarse y escucharlos, como solía ser.

Para Sorkin los periodistas deben ser una élite dedicada a explicarle el mundo a las masas. El éxito profesional de News Night era el reflejo de lo que pasaba cuando los periodistas se entregaban en serio a su misión, en vez de complacer a sus televidentes. En cambio, Internet es la voz ignorante de esa audiencia, que no tienen ni las fuentes ni el criterio ni el acceso a toda la información que tienen los periodistas profesionales. Una audiencia cuyo fin máximo son los retuits y no la verdad.

No le falta razón a Sorkin. Lo que le faltaba era contrapeso. Es decir, en The Newsroom los diálogos no eran diálogos. Eran monólogos a dos voces del mismo Sorkin. O era un avatar de Sorking agarrando a un personaje de punching ball. Como dije líneas arriba, más que una serie, nos entregaba una larga columna de opinión.

Así, los que más pato pagaron fueron los personajes, casi todos meros bosquejos o caricaturas. Sí, con el tiempo, Neal dejó de ser tan tecno-obnubilado pero, recuerden que solo alcanzó la redención total cuando, de regreso de Venezuela, termina cuadrando a otros tecno-obnubilados. Y Dev Patel, al menos, cae simpático.

En cambio, los demás personajes podían ser tan… monses (no quieren que empiece a recordar todo el rollón en África de Maggie, ¿no?). Pero igual nos encantaba Sloan y, por supuesto, el gran Charlie Skinner:

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Ah, Charlie Skinner. Periodista vieja escuela, borracho, eufórico, cagón, duro, idealista. Oh, Sam Waterston, merecías un mejor final. Tenías el mejor personaje y lo mataron de la forma más indigna (un ataque cardíaco en cámara lenta con música huachafa, justo después de renegar por culpa de, adivinen, Internet). La muerte más predecible y cursi desde la del niñito africano que salvó a Maggie.

Aunque, claro, Skinner tenía que morir para recordarnos qué paja era esta serie, en realidad. Su muerte le permitió a Sorkin regresar a su mejor momento: el primer capítulo. El final fue un cierre destinado a recordarnos el idealismo y lo quijotesco de esa misión «para civilizar el periodismo» en la que todos se embarcaron y que, ahora lo sabemos, fue una idea del mismo Skinner. Su muerte indigna era necesaria para que la serie cierre a lo grande, para que le perdonemos todos los miles de cabos sueltos y que, al final, de entre todo, nos llevemos de ella ese ideal civilizador.

Y aquí es cuando yo también vuelvo al inicio. No sé cómo ver esta serie como un no-periodista. Pero sé reconocer que plasmó muy bien cómo somos o queremos ser (y deberíamos ser) los periodistas. No es que me sienta, uy sí, identificado con los heroicos, quijotescos y ficticios colegas. Sino que, en realidad, Sorkin sí supo captar qué carajos es el periodismo.

Miren nomás el magnífico trailer para la segunda temporada. Aquí se refleja la gran paradoja de la prensa: los periodistas producimos en equipo pero, en el fondo, nuestro trabajo en solitario. Es decir, podemos andar juntos pero el Quijote, ese «llamado», es interno, sale de ti y de nadie más. Together, they stand alone.

No, The Newsroom no era una serie. Era una clase semanal de periodismo. Una clase que podía ser pesada o discursiva o huachafa, pero que estaba en la senda correcta. Con un profesor errático, autoindulgente, pero brillante y, sobre todo, bien intencionado. Como sus personajes.

No, no voy a extrañar la serie de The Newsroom. Voy a extrañar lo que The Newsroom tenía que decir sobre el mundo, sobre el periodismo y sobre mí. Buenas noches.

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